Santo Domingo. – El ascenso de Antonio Guzmán a la presidencia de la República Dominicana en agosto de 1978 fue, sin duda, un milagro político al filo del abismo. El país estuvo a horas de un golpe de Estado que habría impedido la transición democrática tras 12 años de dominio del presidente Joaquín Balaguer.
Guzmán, un discreto hacendado y candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), fue víctima durante su campaña de constantes ataques, intimidaciones y sabotajes protagonizados por sectores militares fieles al régimen balaguerista. Las caravanas perredeístas fueron tiroteadas y bloqueadas por soldados que intentaban a toda costa frenar el cambio político.
A pesar de las tensiones, el pueblo habló claro en las urnas: Guzmán ganó las elecciones. Sin embargo, en respuesta a los resultados, tropas militares tomaron la sede de la Junta Central Electoral, iniciando una peligrosa cuenta regresiva hacia un golpe “manu militari” que pretendía retener a Balaguer en el poder.
Fue solo la presión internacional —particularmente de Estados Unidos— y la acción decidida de sectores sociales y democráticos del país lo que impidió el colapso institucional.
Pero el peligro no había pasado.
Una cita con la historia
A pocos días de la juramentación, Guzmán fue citado por el alto mando militar a la sede de las Fuerzas Armadas. Acompañado por Secundino Gil Morales y su yerno José María Hernández, solo él pudo entrar al recinto. Lo que ocurrió en esa sala lo relató años después su hija, Sonia Guzmán, en una entrevista para el programa “Entre Periodistas”.
“En la sala lo esperaban todos los kepis rameados del balaguerismo. El mayor general Juan René Beauchamps Javier le entregó un documento con condiciones: para gobernar, debía mantenerlos a todos en sus cargos. Mi padre respondió: ‘Estudiaré caso por caso’”.
Al salir del edificio, periodistas le preguntaron qué le habían dicho los militares. Guzmán, con calma teatral, respondió:
“Que respetarán la voluntad popular, serán obedientes a la Constitución, y me reconocerán como su comandante en jefe”.
En el vehículo, su yerno le preguntó si eso era cierto. Guzmán murmuró:
“Eso fue lo que yo quise haber oído… Que lo desmientan ahora”.
Nadie lo desmintió. Y dos días más tarde, como primer acto oficial de su gobierno, firmó el Decreto Número Uno destituyendo a toda la cúpula militar. Así comenzó la despolitización de las Fuerzas Armadas dominicanas.
Un “bluff” que salvó la democracia
Ese juego de palabras ante la prensa —una mezcla de diplomacia, temple y astucia— fue tan importante como el decreto que lo siguió. Fue el punto de inflexión para consolidar una transición pacífica que hasta entonces pendía de un hilo.
Aquel gesto de sangre fría se sumó a otras decisiones históricas del nuevo mandatario, como la amnistía general que liberó presos políticos y permitió el retorno del exilio.
En contraste con el traumático derrocamiento de Juan Bosch en 1963 —apenas siete meses después de su triunfo—, Guzmán logró preservar la institucionalidad y abrir una nueva etapa democrática.
Hoy, a más de cuatro décadas de aquel episodio, la República Dominicana recuerda cómo la astucia, el carácter y el respeto a la voluntad popular evitaron que el país cayera nuevamente en el abismo del autoritarismo.