martes, enero 14, 2025
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El ataque de Aristide contra República Dominicana en la ONU y su caída tres días después

Puerto Príncipe en su vida diaria, es una ciudad vibrante, llena de vida a todas horas, que la magia de la noche caribeña hace que la vida nocturna sea de una alegría contagiosa.

La noche del 31 de diciembre de 1990, la capital haitiana hervía de entusiasmo popular porque, a más de las fiestas tradicionales de “noche vieja” la alegría del pueblo se acrecentaba por la muy reciente elección del Padre Jean Bertrand Aristide a la presidencia de la República.

La población no durmió, y cuando la naciente aurora pintaba de rosa las casas de las colinas, los cerros, los macizos de Boutilliers y otros que rodean la ciudad de Puerto Príncipe, todavía había por las calles, grupos de muchos trasnochadores. Pero no todo el mundo compartía la alegría popular. En los lujosas villas de Petionville, muchos de sus moradores sentían grandes recelos por las declaraciones populistas del Padre Aristide. Otro sacerdote, de mayor categoría eclesiástica que la que había alcanzado el nuevo presidente, preparaba el sermón que dirigiría a sus fieles en la próxima misa, que con motivo del Nuevo Año, ofrecería en la catedral de Puerto Príncipe. El arzobispo de Puerto Príncipe, monseñor François Wolf Ligondé, miembro del grupo conservador de la jerarquía católica haitiana sería el celebrante. Ligondé había sido confesor de Papa Doc. Era hermano de la señora Enat Benet, madre de Michelle Benet, divorciada y casada en segundas nupcias con Baby Doc. El leit-motiv era hostil al presidente electo, y profetizó que con ese régimen se preguntaba ¿estaremos en la ruta hacia un régimen autoritario, o una nueva dictadura bolchevique?

Esta pregunta que hacía el arzobispo Ligondé quedó vibrando en el aire de esa mañana de Año Nuevo. Pero es indudable que fueran captadas por muchos oídos. En algunos, fueron asimiladas a sus más íntimos propósitos, ya en proceso de ejecución. En otros, quedaron latentes como en una bomba, cuyo dispositivo de seguridad podía soltarse en cualquier momento. Esto ocurrió, pocos días después, el 6 de enero cuando seguidores del doctor Roger Lafontant, siguiendo sus instrucciones secuestraron en su domicilio, a la señora Ertha Pascal Trouillot, presidente de Haití, y la llevaron al Palacio Nacional en donde el doctor Lafontant, quiso obligarla a firmar su renuncia.

Pero el golpe de Estado se vino al suelo, y el doctor Lafontant fue apresado, cuando el ejército haitiano obedeció las órdenes de su comandante en Jefe, el general Herard Abraham, quien se mantuvo leal a la Constitución. Eso evitó en esos momentos, un baño de sangre al pueblo haitiano. Pero antes, grupos levantiscos, recordando las palabras que quedaron flotando, del sermón de monseñor Ligondé fueron a tomarle cuenta, y al no encontrarlo, incendiaron la catedral y los archivos del Consejo Episcopal. Luego se dirigieron a la Nunciatura, que incendiaron golpeando al secretario y dejándolo malherido. El nuncio papal, monseñor Giuseppe Leanza, se escondió. Luego, las turbas hicieron daño a los locales de otras instituciones religiosas. El ejército restableció el orden y en un comunicado firmado por el general Abraham y otros altos oficiales, pidió calma al pueblo. Se supo que monseñor Ligondé estaba en nuestro país, pero del Nuncio Leanza, nada se sabía.

El día 7 de enero, yo estaba en mi despacho de la Cancillería, atento a lo que ocurría en esos momentos en Puerto Príncipe. Todo lo que ocurra en Haití, ya sea positivo o negativo, es de vital interés para nosotros. Parodiando un dicho popular, podemos decir que “cuando en Haití hay gripe, nosotros estornudamos”.

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